Un cedro, una navidad y una lección de vida

 

Un cedro, una navidad y una lección de vida.

Imagen 1. Cedro y pino

 Sergio Augusto Vistrain

    Era diciembre de 1968, un mes que prometía magia y alegría en la escuela Primaria Héctor Pérez Martínez, en San Juan Teotihuacán. Yo cursaba el 6o grado y la emoción por la llegada de la Navidad se palpaba en el aire. Nuestro querido maestro, Leopoldo Sánchez de la O, conocido cariñosamente como el Maestro Polo, decidió que debíamos adornar nuestro salón con un auténtico "espíritu navideño". Formó equipos y nos asignó tareas específicas para allegarnos entre todos de los materiales necesarios para ello: un pino, esferas de colores, escarcha artificial, heno, luces, una estrella, etc.

    Junto conmigo, Rodrigo, Luis Enrique y Apolinar, si mi mala memoria no me engaña, formábamos el equipo encargado de conseguir el elemento central, es decir, “el pino”.

    Unos dos o tres años atrás, junto con mi papá y mis tíos Luis y Agustín habíamos sembrado unos ejemplares de cedro blanco que aquella misma mañana habíamos conseguido en un invernadero cercano a Texcoco. Eran unos diez  y los sembramos al frente de la casa, donde al cabo de algunos años lucían espectaculares todos ellos… todos, menos uno.

    Saliendo de la escuela, y con la misión muy clara en mi mente, mi equipo y yo nos dirigimos a la casa, ubicada esta en el número 31 de la Avenida Hidalgo, en la mencionada población, donde nos haríamos de un “buen pino”. Llegamos, le comenté a mi tía Raquel el propósito de nuestra presencia y, muy amable, como siempre lo era, nos prestó un serrucho para realizar la tarea. Vale decir que, por alguna razón, comúnmente se confunde a los cedros con los pinos, aunque no son precisamente lo mismo.

     Rodrigo fue el encargado de trepar a aquel hermoso ejemplar del árbol conocido científicamente como Cupressus lusitánica, una especie originaria de México, el cual se encontraba justo a un lado de la puerta de entrada a la casa, el primero en la segunda fila de poniente a oriente. Todos habían crecido mucho y lucían en verdad espléndidos.

    Una vez arriba, me preguntó “¿esta estará bien?”, mientras sostenía una de las ramas del árbol, a lo que Apolinar opinó que no, que “mejor esa otra”, refiriéndose a una que, sinceramente, me pareció que era mucha mejor opción, así es que, contando con mi venia, Rodrigo procedió a ejecutar la tarea, luego de lo cual devolví el serrucho y volvimos, muy satisfechos y boyantes a la escuela, y al salón, ansiosos de que el profesor mirara nuestro gran logro.

    Cuando el Maestro Polo vio el ejemplar que llevábamos pensó que se vería excelente y nos felicitó. Posiblemente llegó a pensar que el nuestro sería el mejor de toda la escuela.

    Pero no pasó mucho tiempo antes de que mi tío Luis, visiblemente furioso y profundamente indignado, llegara al salón acompañado por el Maestro Sergio Izquierdo, Director de la escuela, para decir que un grupo de muchachos había ido a su domicilio, y se había atrevido a cortar uno de los cedros que estaban frente a su casa, causándole a este un daño mayor, ya que “no cortaron una rama, sino la punta del árbol”, por lo que este ya no crecería como los otros.

    Debo decir que, fuera del aspecto estético de nuestra “rama”, no tuve en mente ninguna otra consideración y en ningún momento se me ocurrió que podría pasar eso que mi tío estaba diciendo. De haberlo sabido, desde luego que habría insistido en que hubiese sido otra la rama a ser cortada. Vamos, no iba a permitir que alguien, deliberadamente, le cortara toda posibilidad de un extraordinario desarrollo a un ser que yo mismo, con mis propias manos, había ayudado a traer a casa, a plantar y a cuidar con tanto esmero, así es que no dudo en decir que “la realidad me golpeó” y, con ello, me dio una muy buena e inolvidable lección.

    Pero esa fue una de esas cosas que uno aprende, no a priori, sino a posteriori… lamentablemente.

    El Maestro Izquierdo ordenó que se pusiera de pie ese grupo de muchachos que habían realizado semejante atrocidad en la casa de Don Luis Vistrain. Nos pusimos de pie Rodrigo, Apolinar, Luis Enrique y, más lentamente, yo, a quien, sin lugar a dudas, mi tío señalaba coléricamente con el dedo diciendo “tú también, Augusto, que fuiste tú el que los llevó”, a lo que yo no tenía ni cómo negar, ni cómo escapar.

    Enterado el Maestro Polo del verdadero origen el susodicho “pino”, muy apenado, ofreció a Don Luis organizar una “coperacha” para restituir de alguna manera el daño causado por sus alumnos.

    Mi tío se negó y dijo que su deseo era que simplemente quedara como una lección para que todos aprendiéramos que “eso no se hace”.

    Tan bien enseñada fue la lección, que, ni el maestro, ni el director, ni nuestros respectivos padres (que, por supuesto se enteraron del suceso), juzgaron necesario mayor castigo o reprimenda para el equipo.

     Saludo con cariño a mi tío Luis Vistrain (QEPD), al Profesor Sergio Izquierdo (QEPD) y desde luego, al Maestro Polo, a quien dedico este relato, esperando que, además, sirva de lección a quienes tengan planeado hacerse de un “pino” para celebrar las navidades: Eso que nosotros hicimos, “eso, no se hace”.

Moraleja:

Cuida del árbol que ayuda a soñar,
su sombra y su fuerza te harán recordar.
Que lo que hoy tomes sin reflexionar,
mañana en tu vida puede faltar.

 No tomes la vida de otro al azar,
es mejor dejar cada planta en su lugar.
Que crezca y adorne donde pertenece,
y así el mundo entero en verdad florece.


FIN.


Diciembre 12, 2024

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