Las Gilas
"Las Gilas"
Sergio Augusto Vistrain
En esta fotografía se aprecia una fila
de taxis que termina justo al final (o al inicio) de la Av. Purificación, donde
cruza con la Av. Hidalgo, la principal de San Juan Teotihuacán formando un ángulo
agudo.
La casona que se aprecia al lado
derecho de los taxis, misma que ocupaba toda la cuadra o, mejor dicho, la
cuchilla, tenía de ese lado dos pequeñas puertas que apenas se distinguen detrás
de los árboles, una caseta metálica y lo que parece ser un vehículo estacionado.
Vivía ahí una familia, en la que los
adultos eran, me parece que dos hermanas y un hermano. Éste último, según
recuerdo, era llamado Gil (tal vez Gilberto), por lo que, a las hermanas, las conocíamos
como “Las Gilas”.
Yo, a quien conocí de esa familia fue
a Alberto, quien fuera mi compañero de salón, así como a su hermano Arturo y
sus dos hermanas; una de ellas era la mayor y, la otra, la menor de los cuatro
hermanos.
En la actualidad esa parte de aquella
casona luce como puede apreciarse en esta otra foto, en la que salta a la vista
la ausencia de los tres árboles; tres frondosos eucaliptos que, además de
mantener fresco ese frente de la casona, obsequiaban con su característico y
refrescante aroma a todo el que pasara por debajo de ellos.
También se alcanza a ver en esta segunda foto que, entre las dos puertas, hay una mesa con lo que parece ser un puesto de jugos y, precisamente ahí, por el año 1964, “Las Gilas” tenían también una mesa en la que vendían dulces de gelatina (gomitas) de diferentes figuras y otras golosinas para los niños, razón por la cual a las dos hermanas se les podía ver casi siempre paradas ahí, platicando a la sombra de los eucaliptos y seguramente disfrutando de su fresco aroma. Recuerdo que, cada vez que yo pasaba por ahí, no dejaba de arrancar un par de sus alargadas hojas, o recoger un par de semillas, para ir oliéndolas, camino a casa, o camino a donde quiera que fuera.
Por aquella época a mi hermano mi
papá le compró una bicicleta rodada 16, por lo que a mí me dejó la más pequeña, rodada 14, a la que Ángel, nuestro amigo de toda la vida, puso por nombre
“Don Popónio”, y yo disfrutaba mucho recorriendo, a la máxima velocidad posible, todas las calles del
pueblo.
Pero, cierto día, cuando apenas
comenzaba a usar la bicicleta, iba camino a casa y, al pasar por ese punto,
perdí el control y, por no chocar contra alguno de los árboles, o contra la mesa de los dulces, y por más esfuerzos que hice por mantener el equilibrio, terminé metiendo la rueda
delantera de “Don Pomponio” justo entre las piernas de una de “Las Gilas”,
luego de lo cual, tan apenado estaba que me retiré en seguida, sin pedir
disculpas y sin siquiera volver a montar la bicicleta, por no sufrir algún otro
accidente. Me fui corriendo, tan veloz como pude, con la bicicleta a un lado.
Más tardé en llegar a casa, cuando detrás de mí llegó esa “Gila” quien, entre risas y enojo, llegó a exigirle a mi madre que me obligara a disculparme con ella, pues todos (las tres o cuatro personas que por ahí pasaban), se habían
reído de ella.
¿Quién iba a decir que “Don Pomponio” me iba a meter en semejante lío?
Lo cierto es que, luego de ese bochornoso día, cada vez que pasaba en mi bicicleta frente a la casa de "Las Gilas", trataba de pasar tan lejos de ellas como me fuera posible, pero siempre volteaba a mirarlas y siempre terminaba ganándonos la risa a los tres.
FIN
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