La raqueta amarilla

La raqueta amarilla

Sergio Augusto Vistrain




Por aquellos años, cuando cursaba el tercer grado de primaria en el Colegio México Independiente, Ángel, mi amigo de toda la vida y yo, asistimos por la tarde a la escuela para hacer unos "trabajos manuales". Nuestra maestra, la Madre María, nos dejó en el salón para que ahí trabajáramos, mientras ella realizaba sus cotidianas labores vespertinas.

Trabajamos un par de horas, al cabo de las cuales la maestra llegó al salón para comunicarnos que debía salir del Colegio y también darnos algunas indicaciones para cuando nosotros nos retiráramos, luego de haber terminado nuestra tarea.

—Limpian la mesa, tiran la basura en el cesto, apagan la luz y cierran bien la puerta, poniéndole el candado —nos dijo.

—Sí, Madre le respondimos al unísono y continuamos trabajando como los buenos niños que algunas veces parecíamos ser.

Al cabo de la jornada nos dispusimos a seguir las indicaciones de la maestra, al pie de la letra; limpiamos la mesa, pusimos la basura en el cesto, apagamos la luz y, cuando íbamos a cerrar la puerta, descubrimos que, detrás de esta, se encontraba aquella raqueta de plástico de color amarillo con que la Madre solía azotarnos cada vez que nos equivocábamos (que, por cierto, no eran pocas veces) al recitar las tablas de multiplicar, y, especialmente la del 3, o cuando no éramos capaces de recordar lo que nos había enseñado durante la última clase de historia, o bien, cuando fallábamos en el nombre de las capitales, o cuando... bueno, cuando esto, lo otro o aquello.

El caso es que con cierta frecuencia sentíamos la dichosa raqueta en nuestras tiernas posaderas, mientras la maestra descargaba la rabia que sentía al percatarse de que, por más esfuerzos que hacía, "esos chamacos no'más no daban una".

La consecuencia lógica de tal castigo era que teníamos un cierto resentimiento en contra, tanto de la maestra, como de aquella inclemente raqueta, razón por la cual, al descubrir que ahí estaba, nos miramos uno al otro y, sin dudarlo ni un instante, la complicidad llegó a nosotros y juntos urdimos un plan para deshacernos de aquel instrumento flagelante.

Al poner en marcha dicho plan, Ángel salió de la escuela y se acercó por fuera a la ventana del salón, mientras que yo, aún en el interior del mismo, abrí la ventana y por ahí le di la raqueta amarilla. 

Acto seguido, procedí a apagar la luz y cerrar muy bien el salón. No fuera a ser que algo se le perdiera a la maestra.

Al salir de la escuela me encontré con Ángel y nos dispusimos a pensar en el destino final de la raqueta amarilla. Íbamos andando hacia nuestras respectivas casas cuando vimos 'la zanja". Esa zanja de aguas negras que parecía nacer justo donde terminaba la barda perimetral del Colegio.

Sin pensarlo mucho, arrojamos el mencionado instrumento de castigo a la mal oliente zanja esperando que se hundiera hasta el fondo, pero, naturalmente, eso no ocurrió pues, como dije antes, era de plástico, así es que flotó, flotó y flotó, no obstante todas las piedras y toda la basura que le arrojamos encima.

Frustrados, cansados y, por supuesto temerosos de que pronto alguien descubriría nuestra gravísima falta, no nos quedó más opción que emprender la retirada, no sin antes mirar en todas direcciones, esperando no ver a un solo testigo que pudiera "echarnos de cabeza".

Nadie nos vio dijo mi amigo y nos fuimos ya más tranquilos y satisfechos de haber desarmado a la maestra.

Pasaron días y semanas sin que nadie del grupo se acordara de la raqueta amarilla. Vamos, ni la Madre María dijo una sola palabra al respecto.

Años después, cuando tenía una relación de gran amistad y cariño con la Madre María, ella misma me dijo que fue al siguiente día cuando, camino al Barrio de Purificación, vio flotando su raqueta amarilla en las aguas de aquella zanja y, a partir de entonces, decidió cambiar radicalmente sus estrategias de enseñanza, de manera que nunca más requiriera un instrumento semejante.

De hecho se convirtió en la más linda, amable y carismática de todas las maestras del Colegio México Independiente, por lo que todos los que fuimos sus alumnos, la recordamos con gran cariño y admiración.

Con mucho cariño para la Madre María Caballero, donde quiera que se encuentre. 

Gracias, Madre, por haber entendido nuestro mensaje.

FIN.


Marzo 15, 2024

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