La Cruz de la misión; pecado y contrición

 

La Cruz de la misión; pecado y contrición.

 Sergio Augusto Vistrain


Cruz de la Misión, San Juan Teotihuacán, Estado de México, México.
Cruz de la Misión, San Juan Teotihuacán, Estado de México, México.

Durante nuestros estudios de nivel primaria, mi hermano Víctor y yo, fuimos inscritos en la Escuela Dr. Héctor Pérez Martínez. Esto luego de que llegáramos a San Juan Teotihuacán, procedentes de la Ciudad de México, donde nacimos y vivimos nuestros primeros años. Era el año 1962, y cursábamos el segundo y primer grado de primaria, respectivamente. 

Ahí conocí a Edmundo Vega y Omar Morales, entre otros compañeros, así es que ellos fueron mis primeros amigos en el pueblo. No obstante, el segundo de ellos, ni lejanamente recuerda este hecho, tal vez por el breve tiempo que estuvimos en esa escuela. Y es que al cabo de un par de semanas, tanto mi hermano como yo, ante la típica pregunta que nos hacían nuestros padres al llegar a casa sobre la tarea que nos habían dejado en la escuela, usualmente respondíamos “nada”, porque no habíamos hecho, ni aprendido “nada”, ya que la maestra no había estado en el salón de clases, razón por la cual decidieron cambiarnos al “Colegio México Independiente”, donde estudiamos hasta el quinto grado. 

Con referencia a Edmundo, mejor conocido como Mundo, lamentablemente falleció hace algunos años, pero, siempre que nos veíamos por el pueblo, nos reconocimos como compañeros, pese a que tomamos caminos muy diferentes y, a decir verdad, en algún momento me sentí desilusionado pues, en mi humilde opinión, no supo aprovechar el enorme potencial intelectual que yo considero, tenía.

Volviendo al tema, a lo largo de esos cinco grados, (de 1° a 5° de primaria), en dicho colegio recibimos de nuestras maestras (monjas maristas) educación formal, además de cierta formación religiosa; hacíamos oración, estudiábamos la “Historia Sagrada” y, entre otras actividades relacionadas con dicha orientación, nos llevaban a confesar y comulgar los días jueves y viernes primeros de cada mes, respectivamente. 

Digo “nos llevaban” porque nos hacían marchar desde el colegio hasta la Parroquia del Divino Redentor (hoy Catedral). 

Aquellos jueves, cada uno de nosotros confesaba sus “pecados”, en función de los cuales debía cumplir una “penitencia” (cierta cantidad de ‘padrenuestros’ y cierto número de “avemarías”), así es que cada quien podía regresar al colegio a su ritmo y a su tiempo. Por lo que era común que en dicho retorno coincidiéramos varios de nosotros, con otros de nuestra misma edad, algunos un poco mayores y otros un poco menores, pues íbamos de todos los grados. 

Poco extraño resultará para el lector saber que, en dicho camino de regreso al colegio, aprendíamos los unos de los otros un cierto tipo de lecciones que no se enseñaban ni en la casa, ni en el templo, ni en la escuela, sino en la mismísima calle o, como se dice coloquialmente, en la “escuela de la vida”. Muchas lecciones, se suelen aprender en esa “escuela”, tal vez más que en dichas instituciones, pues uno asiste a ella, desde que nace, hasta que muere ¿Cierto?

Bueno, pues, una de las muchas cosas que me tocó aprender (mal) en aquel camino de la Parroquia al colegio, fue que, si uno no había confesado al cura algún pecadillo (ya por olvido, ya por pudor), entonces tenía la opción elegir por ahí una piedra, de un tamaño acorde con la magnitud o gravedad de la falta cometida, cargarla hasta La Cruz de la Misión, y colocarla justo sobre la cornisa del primer pedestal. 

De esa manera, uno llevaba a cabo un acto de contrición, pagaba la correspondiente penitencia y, al mismo tiempo, obtenía la respectiva absolución, o tal vez deba decir “auto-absolución”, término este que, por cierto, nunca he leído que sea aceptado por la iglesia católica. No obstante, sentirse absueltos, sí que traía cierta paz para el alma de quienes realizábamos dicha práctica. 

En descargo, puedo decir que nadie que me haya conocido en aquellos tiempos de mi infancia y adolescencia podrá concebir que mis pecados fueran realmente de tal magnitud que requirieran una mayor penitencia que cargar la piedra y colocarla en el sitio señalado, a la vista de todos, para ser absueltos por el todopoderoso. Bueno, eso pensaba yo.

El lector podrá imaginar cómo se veía ese primer pedestal de la cruz los jueves primeros de cada mes; repleto de muestras de que muchos habían dejado de confesar algunos de sus pecados.

En este punto, el lector perdonará, pero prefiero abstenerme de exhibir aquí mis pecados, culpas y penitencias actuales, ya que la cantidad de piedras que necesitaría para sentirlas expiadas posiblemente cubriría por completo la Cruz de la Misión… o quizás no. 


FIN.


Mayo 24, 2024

Leer más Relatos

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sergio Augusto Vistrain Díaz